Ayer estaba observando a mi sobrina Camila, su hermano mayor le regalo un pequeño muñequito de plástico, color rojo, sin chiste alguno, sin embargo ella le hizo tanta fiesta al muñeco que me quedé pensando en ello. No pude evitar preguntarme ¿Por qué las personas, conforme crecemos, perdemos la capacidad de sorprendernos? ¿Es algo que se pierde junto con los dientes de leche?
Entiendo que cuando llegamos a cierta etapa de nuestras vidas, veamos las cosas de diferente manera, por ejemplo: en la adolescencia dejan de importarnos los juguetes y nos preocupamos más por la ropa, las cosas materiales o entramos a algún rollo espiritual o grupal, empezamos a identificarnos con todos y con nadie, porque no encontramos nuestro lugar y es ahí donde empezamos a perder el gusto por el mundo. Dejamos de ver hacia fuera para ver hacia dentro y empezar a conocernos mejor a nosotros mismos. La adolescencia es una etapa, como bien lo dije, y una vez que la superamos volvemos a la normalidad.
Pero entramos a otra y luego a otra. Cambiamos la forma en que vemos nuestro entorno, definitivamente. Nos llenamos de proyectos, preocupaciones, amores, pretensiones o sueños quizás, pero dejamos de ver el mundo que nos rodea, las cosas sencillas pero hermosas que son regalos diarios para nuestros sentidos. Aunque también he notado que cuando estamos de vacaciones parece activarse la función “observar”, de esa manera apreciamos cada lugar que visitamos y podemos distinguir los detalles que nos explican los guías o amigos que nos acompañan en la aventura.
Pero no es necesario viajar a otra ciudad o estado para poder admirar cosas que no conocías. Me ha pasado que cuando vienen familiares o amigos a visitarnos y mis papás me piden que los lleve a dar un recorrido por los lugares más turísticos del puerto, ellos andan admirando cada detalle y en ocasiones he caído en cuenta de que algunos de esos detalles yo ni siquiera los había notado. E incluso los he escuchado hablar sobre lugares que visitaron que yo no conozco.
Hace unos días Rodrigo y yo estábamos en la terraza de un centro comercial platicando muy concentrados en nuestro tema cuando de repente sentimos una ráfaga de aire fresco deliciosa, sólo entonces miramos a nuestro alrededor y pudimos observar el atardecer maravilloso que teníamos frente a nosotros, el color del mar moviéndose al ritmo de las olas y el viento, las nubes teñidas de color naranja y unos rayos del sol reflejándose en los enormes edificios que hay ahí contrastando con la tranquilidad del mar y que sin embargo están, de forma misteriosa, en armonía con el paisaje.
Amigos hay cosas tan simples, como mirar a nuestro alrededor, y tienen el poder de hacer que el peor de sus días pase a ser sólo un mal momento en cuestión de minutos. Por eso, les invito a que de vez en cuando se tomen el tiempo de observar a su alrededor, les garantizo que algo bueno descubrirán ahí.
Cheryl
Entiendo que cuando llegamos a cierta etapa de nuestras vidas, veamos las cosas de diferente manera, por ejemplo: en la adolescencia dejan de importarnos los juguetes y nos preocupamos más por la ropa, las cosas materiales o entramos a algún rollo espiritual o grupal, empezamos a identificarnos con todos y con nadie, porque no encontramos nuestro lugar y es ahí donde empezamos a perder el gusto por el mundo. Dejamos de ver hacia fuera para ver hacia dentro y empezar a conocernos mejor a nosotros mismos. La adolescencia es una etapa, como bien lo dije, y una vez que la superamos volvemos a la normalidad.
Pero entramos a otra y luego a otra. Cambiamos la forma en que vemos nuestro entorno, definitivamente. Nos llenamos de proyectos, preocupaciones, amores, pretensiones o sueños quizás, pero dejamos de ver el mundo que nos rodea, las cosas sencillas pero hermosas que son regalos diarios para nuestros sentidos. Aunque también he notado que cuando estamos de vacaciones parece activarse la función “observar”, de esa manera apreciamos cada lugar que visitamos y podemos distinguir los detalles que nos explican los guías o amigos que nos acompañan en la aventura.
Pero no es necesario viajar a otra ciudad o estado para poder admirar cosas que no conocías. Me ha pasado que cuando vienen familiares o amigos a visitarnos y mis papás me piden que los lleve a dar un recorrido por los lugares más turísticos del puerto, ellos andan admirando cada detalle y en ocasiones he caído en cuenta de que algunos de esos detalles yo ni siquiera los había notado. E incluso los he escuchado hablar sobre lugares que visitaron que yo no conozco.
Hace unos días Rodrigo y yo estábamos en la terraza de un centro comercial platicando muy concentrados en nuestro tema cuando de repente sentimos una ráfaga de aire fresco deliciosa, sólo entonces miramos a nuestro alrededor y pudimos observar el atardecer maravilloso que teníamos frente a nosotros, el color del mar moviéndose al ritmo de las olas y el viento, las nubes teñidas de color naranja y unos rayos del sol reflejándose en los enormes edificios que hay ahí contrastando con la tranquilidad del mar y que sin embargo están, de forma misteriosa, en armonía con el paisaje.
Amigos hay cosas tan simples, como mirar a nuestro alrededor, y tienen el poder de hacer que el peor de sus días pase a ser sólo un mal momento en cuestión de minutos. Por eso, les invito a que de vez en cuando se tomen el tiempo de observar a su alrededor, les garantizo que algo bueno descubrirán ahí.
Cheryl