domingo, 27 de julio de 2008

Insomnio

Era una tarde preciosa, estaba caminando por la playa, el sol reflejándose en el agua a punto de ponerse, mis píes descalzos sobre la arena, el aire rozando en mis mejillas, despeinando alegremente mis cabellos… de pronto ¡Me despierto!

Son las 3 de la madrugada, estoy en la oscuridad de mi habitación y tengo sed. No hay playa, no hay sol poniéndose en el horizonte, ni aire despeinando mi cabello. Todo era un sueño. Me levanto con el temor de despertarme por completo y perder el hilo de mi ensoñación, tomo un poco de agua y vuelvo a la cama. Me acomodo en la forma que me facilite a caer en los brazos de Morfeo. Trato de recordar exactamente lo que hacía antes de despertar, la sensación de la arena en mis pies, la vista de la playa, el viento, la calidez de sol… sin embargo pensamientos diferentes llegan a mi mente “¿Estaré haciendo bien al dejar ese empleo?” “¿Y si ya no puedo pagar mis cuentas?” “¿Pagué la mensualidad del celular?” “Estoy siendo morosa en llevarle a Delia las cosas que le prometí” “No he llamado a Claudia desde hace muchos meses, definitivamente soy mala amiga” “¡Cielos! Olvidé que debía recoger unos documentos en el correo” “¿Le di el recado a mi hermana?”

El corazón que latía pacíficamente dentro de mi pecho y mi respiración apacible empiezan a descomponerse. Me revuelvo inquieta en la cama. La temperatura ambiental que hacia unos segundos me parecía la ideal ahora se torna caliente, enciendo el ventilador, dos segundos después mis pies están helados, me cubro con una manta. Para esos momentos ya son las 4:30 de la madrugada y yo no he podido recuperar mi playa, ni la puesta de sol.

Un rato después miro el reloj que está en el buró junto a la cama, son las 5:40 a.m. y no he podido volver a dormir. Me doy por vencida y enciendo la luz, abro el libro que he estado leyendo y localizo la línea en donde lo dejé la última vez, trato de concentrarme en la historia, pero no puedo dejar de pensar en que es de madrugada y debería estar descansando ya que dentro de unas pocas horas tendré levantarme y salir a trabajar. El fastidio me hace presa y la desesperación también. No me puedo concentrar en el libro. Enciendo el televisor. En todos los canales hay comerciales vendiendo algún artefacto maravilloso que promete salvar tu vida, hacerte bajar de peso, lograr que cocines un banquete aunque no conozcas ni la O por lo redondo, ponerte en forma, quitarte todas las manchas y cicatrices del cuerpo, en pocas palabras solucionarte la vida. Apago el televisor.

Vuelvo a mirar la hora, las 6:30 a.m. y yo no tengo ni sueño, ni descanso, ni paz. Enciendo la computadora y empiezo a teclear algunas palabras que vienen a mi mente en esos momentos, escribo un párrafo de incoherencias, le cambio la letra, el tamaño, lo justifico, lo guardo. Me pongo a ver fotos. Escudriño en las carpetas antiguas, encuentro archivos que no recordaba, los leo, recorro cada uno de ellos en busca de algo interesante. Mis ojos empiezan a dolerme y se me cierran sin querer, el cansancio comienza a vencer al insomnio. Apago la computadora y me encamino a mi cama, apago las luces y me acomodo para dormir, cierro los ojos y empiezo a soñar ¡Por fin!

Ahí estoy de nuevo, caminando por la playa, el sol a punto de ponerse, el agua azul, el sonido de las olas rompiendo en la orilla, la arena acariciando mis pies, el viento despeinando mis cabellos..... y un sonido agudo, completamente fuera de lugar, aturdiendo mi cerebro. Son las 8:00 a.m. y mi despertador está haciendo de las suyas. Debo levantarme para ir a trabajar.



Cheryl

domingo, 20 de julio de 2008

Simplificando

Cuando Cenicienta añoraba ir al baile del palacio, donde ella sabía que estaría su príncipe encantador, y no tenía manera de asistir porque su vida era un desastre: en primer lugar viviendo con una madrastra y dos hermanastras, odiosas las tres al máximo de la expresión, quienes, para colmo de los colmos, la trataban como a una sirvienta y no como una persona de la familia; en segundo porque a pesar de que era una mujer muy inteligente a quien le gustaba leer (cosa que en aquella época era notable) y su padre había sido un hombre de buena posición, ella no contaba con un solo céntimo para comprarse un vestido, zapatos, pagar peinadora y maquilladora, comprarse ropa interior linda, hacerse manicure y pedicure, pagarse un masaje relajante antes del baile y un delicioso tratamiento para el cutis y cabello maltratados… porque dormir junto a la chimenea y estar todo el tiempo llena de cenizas reseca la piel horrible; en tercero no tenía ni un solo medio de transporte para llegar al palacio. ¡Estaba frita definitivamente! Pero no todo estaba perdido, no, ella solo tuvo que llorar un poco, verter unas cuantas lágrimas para que mágicamente apareciera su Hada Madrina y le resolviera todos sus problemas con unos simples toques de su varita de virtud.

¡Que maravillosa forma de resolver las cosas! Por algo es un cuento de hadas.

Ya quisiera yo que me sucediera algo parecido cuando mi coche no quiere arrancar y tengo que llegar a una cita, o cuando literalmente pongo mi guardaropa de cabeza para encontrarme con la novedad de que “no tengo nada que ponerme”, o cuando me siento gorda y no soporto siquiera mirarme en el espejo de cuerpo entero, o cuando veo un objeto maravillosamente hermoso o un viaje demasiado bueno para ser cierto y no tengo suficientes fondos para adquirirlo, o cuando regreso a casa cansada del trabajo y me encuentro con mi habitación en estado caótico.

Sería genial contar con mi propia hada madrina solucionadora de problemas cotidianos. Desafortunadamente no es algo factible y debo resolver mi vida sin esa mágica ayuda. Simplificar. Resignarme a que si mi coche no arranca entonces deberé viajar en autobús y llevar a reparar mi auto lo antes posible para evitar que me vuelva a suceder. Que si no encuentro que ropa usar o nada me satisface, entonces debo optar por llevar el atuendo más sencillo y decidir no complicarme más al respecto, al fin y al cabo, “la que es linda, es linda”. Cuando el problema se trata de algo emocional lo mejor es no ir en contra de mis sentimientos si no encauzarlos hacia algo menos dramático, mirarme el espejo y darme cuenta de que podría estar peor. Si el problema se trata de dinero y no tengo una máquina que lo fabrique, dejar eso por la paz, buscar un viaje que se ajuste a mi presupuesto y hacerlo en la mejor compañía (mi familia o mi amor), eso compensa cualquier otra cosa. Y si mi habitación es un desastre cuando llego y estoy tan fastidiada que no quiero poner orden, pues entonces no me forzaré a hacerlo en ese momento, elegiré algún otro y me consentiré durante unas horas.

Simplificar ¡Eso es lo mejor para vivir en paz!



Cheryl

viernes, 18 de julio de 2008

Los inevitables cambios

¿Cuántas oportunidades he dejado pasar por miedo? Desde que desperté esta mañana he tenido esa pregunta rondando por mi mente. Todo a raíz de que hace un par de meses decidí hacer cambios en mi vida, y los cambios son siempre causa de temores, al menos para muchos de nosotros.

Mudarse de ciudad, dejar la escuela, terminar una relación, cambiar de empleo, empezar una nueva carrera, etc. Hay un dicho que dice que “todos los cambios son buenos” yo quiero creer que es verdad. No podemos vivir nuestras vidas estancados en algo, recorriendo siempre el mismo camino para llegar al mismo lugar y ver a la misma gente. No es sano. A menos que estés en prisión lo cual te disculparía.

Pasamos mucho tiempo considerando que nuestras existencias necesitan cambios, que necesitamos respirar nuevos aires, recorrer nuevos caminos, conocer lugares diferentes y llenar nuestro directorio de nuevos amigos y conocidos. Pero la decisión de conseguirlo nunca llega.

Para lograr lo que realmente deseamos hacer de nuestras vidas, debemos luchar contra los temores, que son el principal adversario de los sueños. Nunca aprendí a patinar porque temía caerme y fracturarme un brazo o una pierna o romperme la cabeza incluso, sin embargo adoraba sentarme frente al televisor durante las Olimpiadas de Invierno a observar embobada a los competidores de patinaje artístico. Tal vez mis aspiraciones nunca fueron en realidad ser estrella del patinaje, pero sí pude aprender a hacerlo para cumplir el deseo de mi corazón.

A veces pensamos que “hay cosas más importantes” que seguir nuestros sueños y que pelear por lo que queremos, por ejemplo comer, vestir, tener un auto, cuenta en el banco (ahorros), etc. Y pasamos nosotros mismos por sobre nuestros sueños y los dejamos atrás y en muchas ocasiones no volvemos nunca la mirada para verlos de nuevo, aunque sigan ahí tras nosotros por el resto de nuestras vidas.

Nos conformamos con conseguir un modo de vida socialmente aceptable, sin tener que preocuparnos de tener carencias en las necesidades básicas de nosotros y nuestras familias. Pero alguna vez se han preguntado ¿De qué se ha perdido el mundo porque nosotros no supimos o no quisimos seguir nuestros sueños?

¿Cuántas canciones? ¿Cuántos cuentos o novelas? ¿Cuántas piezas musicales? ¿Cuántas medallas olímpicas? ¿Cuántos inventos notables? ¿Cuántas fotografías? ¿De cuánto nos estamos perdiendo todos cuando alguien no tiene el valor para seguir su sueño?

No tienes que lanzarte al espacio el día de mañana para cumplir tu sueño, ni tienes que aparecer en un show de baile sin saber bailar. Sólo tienes que dar un pasito, uno a la vez, un pasito que te acerque más a lo que te hará feliz.

Somos seres inteligentes, lógicos, sensibles y luchar está en nuestra naturaleza. Está en todos, sin excepción alguna. Nada te detiene más que tú mismo*. Si te da miedo, ¡Felicidades! Cumples con los requisitos para lograr el éxito.



Cheryl


* RAAP

lunes, 14 de julio de 2008

Consecuencias del crecimiento

Son las 5:55 de la tarde, debo ver a Rodrigo a las 6:oo y estoy atrapada en una fila interminable de autos que parecen avanzar 5 centímetros por minuto, el tiempo sigue corriendo, imparable, y yo aún no estoy ni siquiera cerca de mi destino. ¡Otra vez tarde! Alguien estará muy molesto….

Día con día es más complicado manejar en esta ciudad y sus alredores. No sólo por el aumento desmedido en la población y el hecho de que estén abarrotando el municipio con casas de bienestar social (si es que se les puede llamar casas), noooo ahora se suman a nuestras desgracias las revisiones por parte de la policía judicial.

Con tanta gente viniendo a vivir a nuestras ciudades, empiezan a ser insuficientes las calles y los estacionamientos, cada vez nos toma más tiempo llegar a tiempo a nuestros empleos, escuelas y citas importantes. Las vías de acceso parecen no ser lo bastante amplias ante el número de coches que circulan a diario en horas pico, esperar tres semáforos para poder cruzar se vuelve el cuento de todos los días.

Para colmo, y como bono de fin de cursos, está el retén que los señores judiciales han situado en la frontera entre los estados de Nayarit y Jalisco. Debido, precisamente, a otro aumento. Uno que no se podía dejar de esperar porque si aumenta la población también aumenta la delincuencia.

La policía judicial, “siempre al servicio de la población”, tuvo a bien venir en auxilio nuestro, ya que la ola de violencia nos estaba azotando con fuerza, digo al menos para una ciudad acostumbrada a la tranquilidad y paz en cierta medida. Ahora están, muy en su papel, todos los días y a todas horas “revisando” a todo el que pasa, cosa que no es necesariamente cierta porque a mi nunca me han revisado a pesar de que suelo atravesar por ahí al menos dos veces cada día. Seguramente tengo cara de buena persona.

El hecho irrefutable es que independientemente de si han logrado o no mermar un poco los negocios de ciertas personas dedicadas a asuntos ilegales, lo que sí han logrado, y con creces, es ponernos de cabeza a todos, el recorrido que antes nos tomaba sólo 20 minutos como promedio ahora nos puede llegar a quitar más de 40 minutos de nuestro preciado tiempo.

Volviendo a mi cita en que por cierto ya iba con bastante retraso, cuando por fin logré pasar el famoso retén, que está justamente antes de cruzar el puente que separa Nayarit de Jalisco, empiezo a acelerar pero sólo logro avanzar un par de metros, todos los autos siguen detenidos sobre el puente, me empiezo a desesperar y me estiro para alcanzar a ver qué es lo que pasa, ¿Por qué sigue habiendo tráfico lento?, pero no puedo ver nada más que el camión de sabritas que está parado delante de mi. La fila de autos sigue avanzando muy lentamente, pasan otros 5 minutos y yo sigo en el mismo puente. De pronto alcanzo a distinguir unos conos fluorescentes de esos que usan para señalar precaución y a un hombre vestido con uniforme militar parado a un lado de ellos, me pregunto ¿Qué hacen? ¿Por qué están ahí en medio del puente? ¿Acaso es otro retén que pretende pescar a los que se les hayan escapado a los anteriores? Conforme me voy acercando al lugar de los hechos, puedo ver un camión enorme pintado con los colores militares de camuflaje, está ahí, imponente sobre la carretera y yo sigo con la intriga acerca de las verdaderas intenciones de un segundo retén.

Cuando por fin estoy ahí, frente a ellos me doy cuenta de que el camión tiene levantado el cofre y sale humo, casi imperceptible debido a la leve lluvia que cae sobre nosotros. El enorme transporte está descompuesto y varado a mitad del puente. ¡Que desilusión! ¿Esos son los héroes que vienen a salvar nuestras vidas y darnos tranquilidad? ¿Esos que no pueden siquiera revisar que sus medios de transporte funcionen correctamente? Bueno, después de todo no son más que humanos, hombres en cumplimiento de su deber.

Acelero mi coche ya con el camino libre, rogando por que no haya más retrasos y para que todos los semáforos me toquen en verde jajaja. Al final de cuentas no llegué tan tarde a mi cita. La función de cine empezaba a las 7, pero mi muy precavido novio me citó a las 6 “sólo por si las dudas jeje”.




Cheryl

martes, 8 de julio de 2008

Aprendiendo

Desde el preciso momento de nuestro nacimiento el aprendizaje empieza y no termina hasta que nos llega la muerte.

Somos unos bebés recién salidos del vientre y aprendemos que debemos respirar y sobrevivir ya fuera de nuestro primer hogar seguro y calientito, aprendemos que si queremos comer o si algo nos duele debemos llorar, a usar nuestros pocos recursos, a sujetar objetos, a distinguir voces e incluso a hacer algunos sonidos ininteligibles para comunicarnos también.

Aprendemos a caminar, a compartir con otras personas, a comer correctamente, a ir al baño, a vestirnos solos, a leer, a escribir, a elegir, etc. Tal pareciera que nunca dejamos de aprender cosas nuevas en la vida. Conforme vamos creciendo el aprendizaje cambia, la vida nos va enseñando cosas diferentes a cada uno de nosotros y llega un momento en que podemos incluso elegir las cosas que deseamos aprender. Como a tocar la guitarra o el piano, a bailar, a bordar, a soldar, a diseñar infinidad de cosas que ahora requieren profesionistas para hacerlas. Elegimos a qué escuela queremos ir, dependiendo de aquello que queremos aprender. Decidimos a qué nos vamos a dedicar durante nuestra vida laboral, no tiene que ser algo definitivo si no queremos, pero siempre estamos eligiendo y aprendiendo.

Aprendemos sobre la amistad, sobre el amor, sobre la ternura, la compasión, la generosidad y demás cosas hermosas; pero debe haber equilibrio en la vida y también aprendemos sobre el odio, la desilusión, el egoísmo y las diferencias sociales. Estos últimos, son sentimientos y situaciones que no quisiéramos aprender nunca, al menos no en carne propia, pero son parte de la realidad y no la podemos evadir.

Pero tenemos la ventaja de que contamos con la grandiosa capacidad de elegir y son nuestras elecciones las que nos van llevando por distintos caminos en la vida, de manera que vamos aprendiendo lo que está a nuestro alcance en esos caminos. A veces nos equivocamos, tomamos las decisiones incorrectas y terminamos aprendiendo de tristeza, soledad y miseria. A veces acertamos en nuestras elecciones y éstas nos llevan por caminos de paz y bienestar. Que más quisiéramos todos que saber elegir lo mejor para cada uno de nosotros. Pero, desafortunadamente, no contamos con una bola de cristal que nos diga exactamente el camino que nos conviene. Y, tal vez, lo que nos conviene hoy podría no ser lo ideal mañana.

Y, como ya lo había mencionado en temas anteriores, ¿Cómo reconoceríamos lo bueno si no conocemos lo malo?

Equivocarse no es malo, amigos, lo malo viene cuando no aprendemos nada de nuestras equivocaciones y seguimos caminando por la vida en la misma senda llena de fango y hoyos que van acabando lentamente con la esperanza. Si nos hemos equivocado, aprendamos a perdonarnos y continuemos. Aprender es la clave. Nunca detenernos de aprender, porque a eso venimos al mundo, y nada de lo que nos pasa es en vano, son lecciones que nos da la vida. O al menos a mi me gusta pensar que así es, aunque tal vez algunos de ustedes no estén de acuerdo con mi punto de vista.

Una lección que me parece de las más importantes es: aprender a amarse a uno mismo por sobre todas las cosas. Sé que puede sonar como algo egoísta, pero no se trata de llegar al narcisismo cuando hablo del amor por uno mismo. Se trata de amarte por lo que eres, un ser único y excepcional, con errores y temores, ¿Quién no los tiene?, pero que es capaz de aprender de lo bueno y de lo malo y sacar una ventaja siempre. Nunca te compares con los demás, porque no hay nadie igual que tú. Siempre habrá alguien más guapo o hermosa que tú, alguien más inteligente o con más dinero, pero nadie, nadie es mejor que tú.

Y si eres capaz de amarte a ti mismo incondicionalmente, entonces también eres capaz de recibir el amor de los demás.



Cheryl

domingo, 6 de julio de 2008

La princesa enamorada

Había una vez en una tierra no muy lejana una princesa que soñaba con encontrar el amor, a su príncipe azul. Vivía en un castillo rodeada de gente. Sus sirvientes, cortesanos y súbditos. Sus padres y hermanos la adoraban y se preocupaban por ella. Ellos querían siempre lo mejor para su vida y trataban de dárselo.

Pero en el corazón de la princesita sólo había un anhelo: amar y ser amada. Se pasaba los días en su habitación mirando por la ventana hacía el camino que conducía al castillo, imaginando cómo sería el momento en que su príncipe apareciera. Ella sabía que ese momento llegaría, él vendría hasta donde ella lo esperaba y bastaría sólo una mirada para que los corazones de ambos se sincronizaran en una misma melodía. No habría más que decir, todo se lo comunicarían con los ojos. Se casarían y serían felices por siempre.

Pero como en todo, había alguien a quien no le agradaban los sueños de la princesita, alguien que no quería verla feliz… la bruja. Siempre que veía a princesita alegre y con el corazón lleno de esperanza por su futuro, se le paraban los pelos de punta y sentía unos celos tremendos por su felicidad. Así que se dedicaba a arruinar todo lo hermoso que veía a su paso. Principalmente los sueños de la princesa, que tanto odio le causaba. La bruja se fingía gran amiga de princesita, siempre estaba ahí dispuesta a “ayudarla” con cualquier pena o preocupación que la embargara. Pero en cuanto tenía la mínima oportunidad regaba todo su veneno en su corazón.

Le decía que ese amor que ella soñaba no podía existir, porque eso sólo pasaba en los cuentos de hadas, o en las novelas de televisa. Que los hombres mienten siempre y para su conveniencia, sin pensar en el daño que pueden causar y que en caso de que su príncipe apareciera y se casara con ella, no serían felices para siempre como ella suponía, porque, le explicaba detalladamente, el amor se acaba y seguramente su amado terminaría engañándola con otra princesa mas joven y guapa, o tal vez estaría tan absorto en su trabajo y sus problemas que la pondría de lado todo el tiempo, se olvidaría de ella por estar arreglando los asuntos del reino.

Cada vez que princesita escuchaba las palabras envenenadas de la bruja, su corazón se resquebrajaba un poco y perdía la luz de la esperanza. No sabía qué hacer, ella confiaba ciegamente en que su sueño se haría realidad, pero ¿Qué pasaría si no era verdad? ¿Qué pasaría si la bruja tenía razón en todo lo que decía? El miedo se apoderaba de princesita. Ella no quería encontrar a su príncipe pero seguir sola. Ella quería entregar su corazón y recibir a cambio uno también.

No había considerado siquiera la posibilidad de ser engañada por su amado, ella creía que con el paso del tiempo el amor se hacía más fuerte en lugar de débil, que los sentimientos cambiaban, eso era cierto, pero no para el lado opuesto del amor, si no hacia el amor mismo, pero con diferente luz. El sólo pensar en esas ideas, que la bruja tenía la costumbre de repetirle a cada instante, la hacía llorar y estremecerse de dolor.

La princesita luchaba con todas sus fuerzas día a día por vencer ese temor que la bruja le había metido en su corazón, deseaba poder seguir soñando y esperar pacientemente a que su príncipe apareciera por el horizonte, gallardo y hermoso, dispuesto a luchar por su amor, a matar dragones incluso, porque el amor que ella era capaz de ofrecerle valía eso y más.

Ahora, sin embargo, ya no estaba segura de nada. La duda y el temor habían sido sembrados con éxito dentro de su alma. La pobre princesita ya no era feliz. Las largas horas que pasaba en su habitación ya no eran dedicadas a soñar con el encuentro con su amado. Las cosas habían cambiado, pasaba su tiempo pensando, recordando con nostalgia sus sueños de amor perdidos.

Sus padres y hermanos estaban asustados por el comportamiento de princesita, ya no la reconocían, ya no era la luz del palacio, ya no cantaba por los pasillos, ni bailaba en los jardines… ya no era la misma.

Princesita no se imaginaba que existieran todos esos problemas que la bruja le decía, ella pensaba que el amor era maravilloso y que las cosas relacionadas con él siempre terminaban bien. Que los príncipes y las princesas se conocían y se amaban el uno a la otra desde el primer instante y para siempre. No había engaños, ni mentiras, ni los príncipes se iban con otras princesas a pasarla bien, ni tampoco se olvidaban de sus amadas por estar de mal humor resolviendo los problemas del palacio. De pronto su mundo ya no era tan perfecto como ella creía.

Un día, después de mucho pensar en la nueva realidad que la bruja había puesto ante sus ojos, decidió salir a dar un paseo por los jardines del castillo. Hacía tanto tiempo que no salía de su habitación, a pesar de las suplicas de su madre. Cruzó los largos pasillos del palacio caminando lentamente, con su mente todavía ocupada en sus pensamientos. Salió al patio lleno de personas que al verla le sonreían y la saludaban, ella los observó ¿Por qué sonreían si la vida era tan terriblemente cruel? A duras penas pudo devolverle la sonrisa a un par de ellos y continuó caminando sin detenerse.

Iba tan ensimismada en sus pensamientos que no se dio cuenta en que momento llegó al jardín, sus pies caminaban por sí solos y no se fijó en que lo hacían sobre las flores de su madre hasta que sintió un pinchazo en una de sus pantorrillas, reaccionó con enojo, molesta por la interrupción a su concentración. Al ver el daño que sus pasos habían causado en el jardín de margaritas de la reina, su madre, se sintió muy mal. Pegó un salto para salir de ahí y se arrodilló a revisar los daños. Varias flores de las más hermosas yacían en el suelo, aplastadas por sus pisadas. Princesita se puso a llorar, había causado un mal sin quererlo y lo sentía tanto. Sus lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas hasta caer sobre las flores. De pronto princesita vio como una de ellas empezaba a recuperar su postura, con un poco de esfuerzo se irguió por completo y buscó el ángulo propicio para que el sol llenara sus pétalos.

Detrás de esa primera flor, empezaron a levantarse las demás hasta que muy lentamente todas recuperaron su forma. Que felicidad sintió princesita al ver aquel milagro. Todas esas pequeñas margaritas habían encontrado la manera de reponerse del daño que ella les había causado sin querer, sólo por no mirar más allá de su dolor. En ese momento princesita volteó su rostro hacia todos lados y por fin, después de mucho tiempo de estar triste, pudo ver el mundo de nuevo, pudo respirar profundamente sin sentir que sus pulmones no eran suficientes y que el corazón le estallaría en cualquier momento.

Permaneció sentada sobre el pasto admirando una vez más a las flores que había pisado, lucían hermosas y felices de estar bajo el sol, como si el daño nunca hubiera ocurrido.

La tranquilidad de princesita volvió a su corazón, la vida y el amor eran maravillosos, aunque a veces tengas que ser pisoteado para darte cuenta.



Cheryl



sábado, 5 de julio de 2008

Olvidar

Olvidar…

¿Cómo funciona la mente humana en cuanto a olvidar se refiere? Olvidar es dejar de tener algo o a alguien presente en la memoria; dejar de sentir afecto o algún otro sentimiento hacia una persona u objeto. Olvidar ¿Es algo que nuestra mente hace de manera automática? ¿O es algo que hacemos nosotros mismos de forma conciente o, tal vez, inconciente?

¿Por qué cuando nos pasan cosas buenas a veces lo olvidamos tan pronto? Y sin embargo cuando nos ocurren cosas desagradables, es tan difícil olvidar. Hemos escuchado tantas veces aquello de que “el tiempo todo lo cura” que en ocasiones esperamos que de verdad el tiempo le ponga solución a todo, sin pensar en que también depende en mucho de nosotros mismos. Porque ¿Cómo puede el tiempo, por sí solo, borrar algo que nuestra mente se niega a soltar?

Pocas veces recuerdo aquel momento en que un muchacho me regalo una rosa hecha de papel acompañada de una sonrisa y un guiño, y sin embargo recuerdo con cierta frecuencia la primera desilusión amorosa que tuve. Casi no puedo recordar las emociones que sentí cuando vi la flor en sus manos mientras caminaba hacía donde yo estaba sentada, pero puedo recordar con claridad el dolor punzante en mi corazón cuando se rompió por primera vez.

¿Por qué será que las experiencias dolorosas se adhieren a nuestros recuerdos con mucho más fuerza que las bondadosas?

Y, además, nos resistimos tanto a ser olvidados, que en ocasiones hacemos lo contrario de lo que sabemos correcto, sólo para no dejar de estar presentes en las vidas de los demás. Porque si somos olvidados entonces dejamos de existir. Al menos en las memorias de quien nos olvida.

En cuanto al perdón, que siempre camina de la mano del olvido, hay muchas versiones y cosas que me cuesta entender. Por un lado están las personas que aseguran que cuando amas, perdonar es más sencillo (porque el amor te envuelve en un aura de mártir seguramente) por el amor que se tiene y porque “hay cosas mas importantes”. Y claro está porque el amor todo lo puede. Amar a alguien significa poder perdonarle una falta, porque el amor así es, y eso es algo difícil de comprender para muchos.

Y también esta la otra cara de la moneda, aquellas personas que dicen que cuando amas es más difícil perdonar y olvidar, debido precisamente a ese amor, porque según esta teoría, mientras más fuerte es el amor, más dolorosa es la herida y más complicado el perdón y, por supuesto, el olvido.

Hay algunos que afirman que perdonar no significa olvidar o viceversa, pero yo creo que si no eres capaz de olvidar el dolor que te fue ocasionado por otra persona, entonces no eres capaz de perdonar. Ya que el dolor tiene mucho mayor agarre en nuestra mente, si no puedes superarlo, sacarlo o, al menos, hacerlo a un lado, éste no te permitirá seguir a delante y mantener una relación saludable con la persona en cuestión. Entonces lo mejor es tratar de olvidar esa relación y continuar.

¿Es más fuerte el amor o el rencor? Son sentimientos de fuerza tan similar, que sólo existe una delgada línea que los separa, “Del odio al amor tan sólo hay un paso”.

Olvidar es siempre la parte más difícil del perdón. Ya sea olvidar a una persona que te abandonó o paso a mejor vida, o dejar atrás una traición o engaño. A veces es, simplemente, imposible. Cuando nos aferramos a los recuerdos malos y buenos, es como extraer de nuestro almacén personal de memoria la experiencia que deseamos recordar y concentramos nuestras energías en revivir dicha experiencia. A veces para bien, recordando momentos agradables y a veces para mal, reviviendo momentos dolorosos.

Y como recordar es volver a vivir, tal vez volvamos a llenar de odio nuestro corazón sólo con recordar aquello que nos lastimó. Y esos recuerdos nos impiden llegar al perdón. Entonces ¿Por qué nos empeñamos en recordar lo malo y obviar lo bueno?

Somos humanos y todos los humanos cometemos errores, guardamos rencores, sentimos amor, olvidamos y perdonamos. Procuremos entonces que nuestros momentos malos, nuestras heridas y experiencias poco positivas no agobien nuestras vidas con demasiada frecuencia. Dejemos el pasado en donde debe estar y no condicionemos el futuro a nuestra necia memoria que se aferra a los recuerdos, a menos que éstos sean felices y de alguna utilidad para nuestro bienestar.

Si sabes perdonar y puedes olvidar los daños, entonces tienes mucho camino andado hacia tu felicidad personal. Pero pon atención, no te olvides de aquello que en algún momento de tu vida te provocó una sonrisa o mariposas en el estómago. Y la siguiente vez que estés de mal humor y sólo vengan a tu mente motivos para maldecir a la vida, a tus colaboradores o vecinos, ten presente que no siempre te han ido tan mal las cosas. La vida es bella.



Cheryl

jueves, 3 de julio de 2008

Vacaciones

Siempre he pensado que las relaciones humanas son algo complicado y lo he podido comprobar con creces. Hace unos días estuve de vacaciones con mi familia, fueron apenas unos días de viaje y puedo decirles que fue una experiencia en parte agradable y en parte muy difícil.

Cada uno de nosotros, con el buen genio que nos caracteriza (jeje), llegado el momento quisimos hacer algo o visitar un lugar al que el resto del grupo no estuvo de acuerdo y eso es… ¡catastrófico! Al fin y al cabo todos somos de la misma familia y por lo tanto somos muy parecidos, inmediatamente ponemos una cara de molestia y empiezan los desacuerdos.

Y respecto a la comida no hubo excepción; no es sencillo llegar a un acuerdo con todos y tratándose de eso parece ser que cada uno viniera de un extremo diferente del mundo. Unos añoran comer en mercados, comidas típicas, comidas “malas pero conocidas”, otros que han visitado con anterioridad el lugar en el que estuvimos recomiendan “platillos deliciosos” que no siempre resultaron serlo para los nueve que viajábamos juntos. Que razón tenía aquél que dijo por primera vez que “cada cabeza es un mundo”.

Otro desacuerdo viene a suscitarse por las diferencias de edades de quienes formábamos el animado grupo de vacacionistas. Dos personas de la tercera edad, tres de edad mediana, una joven y tres adolescentes. No es nada fácil compaginarse ¿No creen?

Una de esas noches fuimos a cenar unos famosos tacos de lechón que tanto mi hermana como mi sobrino recomendaron como buenísimos a siete de nosotros nos parecieron muy ricos pero dos no estuvieron de acuerdo. Después visitamos una famosa birriería y a cuatro les pareció excelente pero los otros cinco preferimos no volver. Y así podría marearlos horas con historias culinarias parecidas.

Una tarde salimos de compras, cosa que suele encantarnos a las seis mujeres del grupo y en eso coincidimos aún con la diferencia de edades, las dificultades empiezan cuando se trata de caminar. A una le cuesta mucho caminar, debido a su edad pero sin embargo se adapta con tal de andar de tiendas. Pero debido a ella nuestro paso suele ser lento y con tres chamacos en el grupo que sólo quieren pasarla bien y que todo lo hacen de prisa… organizarnos no fue una tarea sencilla.

En cuanto a los tours que planeamos, los llevamos a cabo todos afortunadamente. Algunos acudieron a regañadientes y otros prácticamente a la fuerza. Una parte del grupo se empeñaba en que viajar hasta otra ciudad no valía la pena si no visitábamos todas las atracciones turísticas o al menos algunas de ellas, y otros pensaban que no era importante. Yo soy de la opinión de que ¿Para qué viajar cientos de kilómetros en unas vacaciones si no es para conocer los lugares?

En este viaje me di cuenta de cuanto somos capaces de perder por miedos. Cuando fuimos en un tour al Cerro de la Bufa, en Zacatecas, nos dieron un paseo por el lugar, por cierto muy bonito, y explicaciones de cada una de las esculturas y construcciones que ahí exhiben. El problema empezó cuando le dijimos a mi mamá que para continuar con el recorrido había que bajar por el teleférico, que pasa por encima de la ciudad sostenido por unos cables, a unos 80 metros del suelo aproximadamente. Se negó a subirse, rotundamente. Tenía miedo de lo que podría pasar. De no haber sido porque el guía del grupo le dijo que no había otra manera de bajar del cerro, creo que no hubiera sido posible convencerla de que subiera en el aparato en cuestión. Al final de cuentas, no le quedó más remedio que hacer de tripas corazón y subirse al teleférico, lo hizo… y le encantó, después de eso, quería subirse de nuevo.

Entonces me puse a pensar en ¿Cuántas cosas no habrá dejado de hacer mi madre en todos sus años sólo por miedo? Y ese no es un caso aislado, la mayoría de nosotros hemos perdido oportunidades de experimentar algo porque el temor a lo desconocido es más fuerte que nosotros mismos. Pero ese es un tema aparte que ya desmenuzaremos en otra ocasión y con más calma.

Las vacaciones tenían como objetivo convivir y disfrutar de un tiempo de familia. Visitamos varios estados de la República mexicana como son: Jalisco, Guanajuato, Aguascalientes y Zacatecas. A pesar de las discusiones y desacuerdos que se dieron durante el viaje de 8 días entre los miembros del clan, puedo decir que valió la pena. Cada uno aprendió cosas sobre los demás miembros de la familia, cosas que no conocíamos y que nos agradaron. Y el objetivo principal se cumplió y para fortuna nuestra salimos todos con bien y sin rasguños de esta aventura.



Cheryl

martes, 1 de julio de 2008

¿Despistada yo?

No cabe duda de que soy una persona peculiar, no sé si a las demás mujeres les suceda que se extravían con cierta frecuencia, estén donde estén, vayan a donde vayan y aunque la dirección a la que me dirija sea de lo más sencilla termino dando vueltas…. Buscándola.

Me pasa a menudo que mientras voy en calidad de copiloto con alguien de confianza, no suelo observar el camino que tomamos, donde damos vuelta, por cual calle entramos, ¿Dimos a la derecha? ¿O a la izquierda? y lógicamente cuando intento ir por mi cuenta y bajo mi propio riesgo… ¡No recuerdo como demonios llegar!

Lo que sí es el colmo de los colmos es que me pierda mientras conduzco a casa de mi novio. Es en serio, me pasó. Hace un par de semanas iba a casa de Rodrigo muy tranquilamente, he ido tantas veces que no me preocupa extraviarme, cuando ya me encontraba cerca le marco al celular, para hacer presión, me contesta, le digo que estoy a punto de llegar, hago una broma y colgamos. De pronto miro a mi alrededor y me doy cuenta de que estoy en una calle que no conozco. ¡Dios mío! ¿A qué hora me metí por esta calle?.

No debía estar muy lejos porque los edificios me resultaban algo familiares y las calles no eran tan distintas de aquella que debí tomar, esa que era la correcta y que en ese momento tanto añoraba. Estaba segura de estar cerca porque antes de hacer la llamada iba bien, pero en algún momento mientras hablaba me dí vuelta en la esquina equivocada.

¿Y ahora? ¿Para dónde le doy? Seguí hacia delante con la esperanza de que al salir a la siguiente calle me toparía con la que deseaba. Pero no fue así, estuve un poquito desorientada por unos instantes hasta que encontré lo que buscaba…una referencia inconfundible. Una calle de la que me acordaba, no era la de casa de Rodrigo pero sí una que en algún momento de mi vida había recorrido y que según mis recuerdos pasaba justo por atrás de su casa.

Y si, mis recuerdos eran ciertos, al dar la vuelta en esa esquina me encontré de nuevo en territorio conocido. ¡Que alivio!

Pero esta no es la única vez en que he tenido que sufrir un poco a causa de mi despiste. Cuando estaba en la preparatoria convivía mucho con mi amiga Marisol, ella vive en una colonia que siempre me ha costado entender. En varias ocasiones “intenté” visitarla de sorpresa. Claro esta que no me resultó, porque terminaba llamándola para que fuera en mi rescate. En ese entonces no tenía auto y por lo tanto debía caminar bastantes cuadras desde donde me dejaba el autobús.

Empezaba a caminar muy segura de mi misma tomando el rumbo que yo suponía era el indicado. De repente el camino estaba bloqueado porque era una calle cerrada o terminaba en un triángulo. ¿Quién fue el inepto que permitió que la colonia fuera tan confusa? ¿Acaso no hubo un encargado de desarrollo urbano que demarcara con claridad las avenidas?. Culpar a las personas de Desarrollo Urbano de la ciudad no me disculpaba, pero al menos me hacía sentir mejor.

Se preguntarán ¿Qué hago cuando estoy fuera de mi ciudad? Tal vez se deba al hecho de que en esos casos me resultaría mucho más complicado llegar con bien a mi destino, que me pongo más observadora y no con facilidad me pierdo. Incluso suelo hasta dar referencias prácticas sobre cómo llegar a ciertos lugares que conozco, recuerdo nombres de calles y memorizo algún detalle que me ayude a ubicar el sitio que deseo encontrar.

Si hay alguna persona que haya pasado por una situación así me podrá entender. Si no, al menos inténtenlo. Quizás para dramatizar un poco y tratar de encubrir lo despistada que suelo ser, podría decir que es una enfermedad de los nervios que me bloquea el sentido de orientación y me hace perder la conciencia durante unos momentos jajaja, pero no es así, sólo soy distraída y, a veces, poco observadora. Probablemente se deba a que, en ocasiones, sólo pienso en llegar, sin importar cómo.


Cheryl