domingo, 6 de julio de 2008

La princesa enamorada

Había una vez en una tierra no muy lejana una princesa que soñaba con encontrar el amor, a su príncipe azul. Vivía en un castillo rodeada de gente. Sus sirvientes, cortesanos y súbditos. Sus padres y hermanos la adoraban y se preocupaban por ella. Ellos querían siempre lo mejor para su vida y trataban de dárselo.

Pero en el corazón de la princesita sólo había un anhelo: amar y ser amada. Se pasaba los días en su habitación mirando por la ventana hacía el camino que conducía al castillo, imaginando cómo sería el momento en que su príncipe apareciera. Ella sabía que ese momento llegaría, él vendría hasta donde ella lo esperaba y bastaría sólo una mirada para que los corazones de ambos se sincronizaran en una misma melodía. No habría más que decir, todo se lo comunicarían con los ojos. Se casarían y serían felices por siempre.

Pero como en todo, había alguien a quien no le agradaban los sueños de la princesita, alguien que no quería verla feliz… la bruja. Siempre que veía a princesita alegre y con el corazón lleno de esperanza por su futuro, se le paraban los pelos de punta y sentía unos celos tremendos por su felicidad. Así que se dedicaba a arruinar todo lo hermoso que veía a su paso. Principalmente los sueños de la princesa, que tanto odio le causaba. La bruja se fingía gran amiga de princesita, siempre estaba ahí dispuesta a “ayudarla” con cualquier pena o preocupación que la embargara. Pero en cuanto tenía la mínima oportunidad regaba todo su veneno en su corazón.

Le decía que ese amor que ella soñaba no podía existir, porque eso sólo pasaba en los cuentos de hadas, o en las novelas de televisa. Que los hombres mienten siempre y para su conveniencia, sin pensar en el daño que pueden causar y que en caso de que su príncipe apareciera y se casara con ella, no serían felices para siempre como ella suponía, porque, le explicaba detalladamente, el amor se acaba y seguramente su amado terminaría engañándola con otra princesa mas joven y guapa, o tal vez estaría tan absorto en su trabajo y sus problemas que la pondría de lado todo el tiempo, se olvidaría de ella por estar arreglando los asuntos del reino.

Cada vez que princesita escuchaba las palabras envenenadas de la bruja, su corazón se resquebrajaba un poco y perdía la luz de la esperanza. No sabía qué hacer, ella confiaba ciegamente en que su sueño se haría realidad, pero ¿Qué pasaría si no era verdad? ¿Qué pasaría si la bruja tenía razón en todo lo que decía? El miedo se apoderaba de princesita. Ella no quería encontrar a su príncipe pero seguir sola. Ella quería entregar su corazón y recibir a cambio uno también.

No había considerado siquiera la posibilidad de ser engañada por su amado, ella creía que con el paso del tiempo el amor se hacía más fuerte en lugar de débil, que los sentimientos cambiaban, eso era cierto, pero no para el lado opuesto del amor, si no hacia el amor mismo, pero con diferente luz. El sólo pensar en esas ideas, que la bruja tenía la costumbre de repetirle a cada instante, la hacía llorar y estremecerse de dolor.

La princesita luchaba con todas sus fuerzas día a día por vencer ese temor que la bruja le había metido en su corazón, deseaba poder seguir soñando y esperar pacientemente a que su príncipe apareciera por el horizonte, gallardo y hermoso, dispuesto a luchar por su amor, a matar dragones incluso, porque el amor que ella era capaz de ofrecerle valía eso y más.

Ahora, sin embargo, ya no estaba segura de nada. La duda y el temor habían sido sembrados con éxito dentro de su alma. La pobre princesita ya no era feliz. Las largas horas que pasaba en su habitación ya no eran dedicadas a soñar con el encuentro con su amado. Las cosas habían cambiado, pasaba su tiempo pensando, recordando con nostalgia sus sueños de amor perdidos.

Sus padres y hermanos estaban asustados por el comportamiento de princesita, ya no la reconocían, ya no era la luz del palacio, ya no cantaba por los pasillos, ni bailaba en los jardines… ya no era la misma.

Princesita no se imaginaba que existieran todos esos problemas que la bruja le decía, ella pensaba que el amor era maravilloso y que las cosas relacionadas con él siempre terminaban bien. Que los príncipes y las princesas se conocían y se amaban el uno a la otra desde el primer instante y para siempre. No había engaños, ni mentiras, ni los príncipes se iban con otras princesas a pasarla bien, ni tampoco se olvidaban de sus amadas por estar de mal humor resolviendo los problemas del palacio. De pronto su mundo ya no era tan perfecto como ella creía.

Un día, después de mucho pensar en la nueva realidad que la bruja había puesto ante sus ojos, decidió salir a dar un paseo por los jardines del castillo. Hacía tanto tiempo que no salía de su habitación, a pesar de las suplicas de su madre. Cruzó los largos pasillos del palacio caminando lentamente, con su mente todavía ocupada en sus pensamientos. Salió al patio lleno de personas que al verla le sonreían y la saludaban, ella los observó ¿Por qué sonreían si la vida era tan terriblemente cruel? A duras penas pudo devolverle la sonrisa a un par de ellos y continuó caminando sin detenerse.

Iba tan ensimismada en sus pensamientos que no se dio cuenta en que momento llegó al jardín, sus pies caminaban por sí solos y no se fijó en que lo hacían sobre las flores de su madre hasta que sintió un pinchazo en una de sus pantorrillas, reaccionó con enojo, molesta por la interrupción a su concentración. Al ver el daño que sus pasos habían causado en el jardín de margaritas de la reina, su madre, se sintió muy mal. Pegó un salto para salir de ahí y se arrodilló a revisar los daños. Varias flores de las más hermosas yacían en el suelo, aplastadas por sus pisadas. Princesita se puso a llorar, había causado un mal sin quererlo y lo sentía tanto. Sus lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas hasta caer sobre las flores. De pronto princesita vio como una de ellas empezaba a recuperar su postura, con un poco de esfuerzo se irguió por completo y buscó el ángulo propicio para que el sol llenara sus pétalos.

Detrás de esa primera flor, empezaron a levantarse las demás hasta que muy lentamente todas recuperaron su forma. Que felicidad sintió princesita al ver aquel milagro. Todas esas pequeñas margaritas habían encontrado la manera de reponerse del daño que ella les había causado sin querer, sólo por no mirar más allá de su dolor. En ese momento princesita volteó su rostro hacia todos lados y por fin, después de mucho tiempo de estar triste, pudo ver el mundo de nuevo, pudo respirar profundamente sin sentir que sus pulmones no eran suficientes y que el corazón le estallaría en cualquier momento.

Permaneció sentada sobre el pasto admirando una vez más a las flores que había pisado, lucían hermosas y felices de estar bajo el sol, como si el daño nunca hubiera ocurrido.

La tranquilidad de princesita volvió a su corazón, la vida y el amor eran maravillosos, aunque a veces tengas que ser pisoteado para darte cuenta.



Cheryl



3 comentarios:

MIG dijo...

A ke princesita, no sabia nada de la vida, eso le pasa por no salir del castillo =D.... y no es ke la bruja sea mala, si no ke es Realista ;) jeje ... saludos!!

Cheryl dijo...

Jajaja exacto. La bruja no es la mala. La princesita es la soñadora y poco realista. Este cuento no es más que una analogía de mi propia personalidad.

Gracias por tus comentarios. Saludos!!

Pasajeros enmascarados dijo...

Al tocar fondo, lo que parecía oscuro termina mostrando sus matices de luz...

Es la ventaja que nos da la vida real. No todo es blanco ni todo es negro. Está en cada quién calificar esos matices y usarlos en nuestro favor.

Saludos!